jueves, 15 de enero de 2015

EL REGRESO



Corría  el año 1989, en el paso de Pino Hachado, allí la Aduana Argentina, y la de Chile. Lugar ineludible por donde había que pasar rumbo al vecino país ,o regresar a la Argentina. El joven empleado de la Aduana , saludo atentamente al hombre ,solicitándole la documentación, correspondiente para completar el trámite de inmigración, eran cuatro personas en el vehículo, tres de ellos con aspecto muy triste, casi sin ánimo de hablar, y Sergio el empleado de inmigraciones. Poco tiempo hacia que él trabajaba en esta sección, hizo sus preguntas de rigor, y cuando pregunto por la señora que estaba aún sentada en el auto, Esteban se puso aún más nervioso, y solo atinó a decir que Juana estaba enferma y que si podían hacerle los papeles , allí en donde el auto estaba estacionado, a lo que Sergio solícitamente accedió, María y Adela estaban inmovilizadas, mientras terminaban los trámites para pasar a Chile.
Pasaron los días, y en el albergue en el que compartían sus horas de descanso Sergio y sus compañeros de trabajo, luego de la cena, uno de ellos hizo un comentario, manifestando que días pasados había fallecido, cruzando hacia Chile, una mujer.
Juana Rosa Cortes Parada se llamaba; ella , recordaba siempre aquellas anécdotas de su niñez, aquellos lugares de la pre cordillera chilena , su tierra natal, la casa en el campo de su abuela, sus recorridos a las orillas de aquel rio…en la comuna de ANTUCO, cerca de Los Ángeles.
Siempre agradecida a esta tierra que la había recibido en su adolescencia, que se había aparecido ante ellos, luego de transitar el Paso de Pichachen, y llegar a Andacollo, al norte del Neuquén. Sus padres, gente de campo, crianceros, gente humilde, dispuesta a trabajar, comenzaron por comprar un terrenito, y criar chivos, y caballos .Mientras Juana y sus hermanos crecían, pasado los años, sus padres decidieron q ella por ser la mayor de las hijas, se casara, con el hijo del puestero vecino.
Marcos era un hombre callado, aunque todo lo demostraba a través de sus actos, cuidaba de Juana como si fuese su bien más preciado, fueron naciendo los hijos, el mayor, Esteban, travieso, charlatán, jugaba entre los chivos de sus abuelos, y de adolescente se escapaba, cruzando por un desconocido paso a Chile. En aquellas aventuras de fin de semana, aprendió a respetar a su madre, tanto como a Marcos su papá, luego a los años, nacieron María y Adela. En tiempo de la veranda, crianceros como Marcos y Don Jaime recorrían grandes distancias en busca del pre cordillera para el pastoreo, hasta faldeo del Cerro de la Virgen.
Juana era una simple mujer, de aquellos años, valiente, sin dolores del pasado, libre como aquel águila que desde algún cielo la miraba. Se sucedieron los años, Marcos falleció al tiempo que sus hijas se casaron, y simplemente quiso despedirse y quedar allí en esa tierra que había conocido de niño, en el puesto de Don Jaime, las bardas, y ese viento invernal que le había dejado marcado su rostro como si hubiera sido, aquel pintor dibujando sus sueños tan humanos, de manos duras y rugosas, así se fueron sus años, vestido de gaucho. Costo tiempo que Juana se recuperara de su perdida, y con sangre fuerte, enluto su tiempo de espera hasta que la muerta viniera por ella, siempre recordando de sus años de juventud, los mejores momentos, sus risas ,en aquellas fiestas de campo, repitiendo constantemente a sus hijos que ella quería volver a su tierra, cuando su diosito la llamara. Así fue que en el momento indicado, sus hijos buscaron llevar a su madre a sus tierras fértiles de Antuco , sus colores, y aquel volcán al que Juana siempre referenciaba como el viejo rezongón que nunca olvidaba y al que deseaba volver y ese Cerro Mirador, que como su nombre lo decía, permanentemente lo custodiaban.
Con mucho temor, sabiendo de los riesgos que correrían, la gran tristeza por la pérdida de Juana, sin dar a conocer la penosa noticia, buscaron la documentación que necesitaban para emprender, esta última aventura, tan solo por volver con su madre a su añorado pueblo.
Vistieron a Juana con su mejor vestido, su eterno pañuelo en la cabeza, protegiéndola del viento, tratando de que el frio no arruinara su blanca piel, el poncho tejido sobre sus hombros. Su dolor en la inmensidad de aquel camino, crecía minuto a minuto, ya no volverían a ver a su madre, ni a saludarla como ocasionalmente hacían con Marcos, en sus visitas dominicales, luego de la misa, recorrido obligado, camino al puesto, en su eterno descanso. El silencio pesaba en los oídos, en las palabras ausentes, en el dolor creciente, los tres hermanos solo se miraban. Habían decidido cruzar la cordillera, por aquel paso a Chile donde conocieron al inocente e incauto Sergio, que viéndolos en ese estado de ausencia, accedió al pedido, ante la enfermedad de Juana. Crédulo confió en ellos ,al momento de poner su sello en los papeles, que abrieron el paso a la aduana chilena, y donde sorprendentemente, ante la gravedad de la enferma, la familia ,los sobrinos y el único hermano vivo de Juana ,los esperaban.
Rotunda fue la noticia, por los medios locales, donde se comentaba, que por desgracia una Sra. de nacionalidad chilena, había alcanzado a cruzar la aduana y que lamentablemente allí había fallecido allí, luego de una larga enfermedad. Allegados y familia, ante la urgencia prepararon el sepelio de Juana, lágrimas de pena, y tranquilidad se desplegaron, entre Esteban, María y Adela, cuando comprendieron que habían cumplido con el sueño de Juana.
EL velatorio, había sido un éxito, se formaron algunos corridillos de vecinos no muy allegados a los dolientes o al difunta, así fue que los más viejos narraron cuentos, sobre todo de muertos, fantasmas, apariciones, tétricas narraciones, y claro no podía faltar, lo cómico.
Las risas , luego del café caliente acostumbrado, para aquel argentino, el de inmigraciones, del que las chanzas y bromas fue destinatario ,aun en los momentos de angustias ,antes que la comidilla de señoras viniera a hacer el Rosario, el rezo acostumbrado, antes que llegara el momento de despedirse de Juana.


Y EN LA SOLAPA DE SU SACO

Y….
EN LA SOLAPA DE SU SACO
Un rosal florecía
Tanta espera, luego de aquella conversación las había convertido en un gran racimo de rojas flores que caían del ojal, ensombrecían su rostro, y por alguno de sus pétalos se había escapado una lágrima…
Había olvidado cuando fue aquel día en el que ella le dijera que la esperara, que pusiera una rosa en su ojal, que esa era la señal para saber que era él…no alcanzaba a comprender por qué aquella mujer no había cumplido en ir a conocerlo, si tan solo él pretendía una buena conversación y tan siquiera un café en aquel bar de la esquina.
Deambuló por la ciudad, creyendo ver en todas aquellas mujeres la presencia que tanto anhelaba…Inusual fue creer ver a quien no estaba, solo encontró en cada asiento de aquella plaza el inefable sentimiento de ausencia, en cada húmedo bar, ese olor a madera que tenía grabado en sus recuerdos, esas veredas angostas, que en más de una ocasión lo hacían bajar a la calle y sentir de refilón el vuelo rápido de algún ave rapaz…la casa de música en la esquina de enfrente, inconfundible los acordes del piano interpretando
aquella música clásica que tanto le gustaba…
Recordó aquellos amigos que él creía tener, lo observaban de la acera vecina, murmuraban quien sabe qué cosa, ya no importaba…ya no reparaba en ellos, tantas veces, había necesitado hablarles en años anteriores y no estaban…
Solo esperaba silencioso la llegada de aquella mujer.
La esquina, una acera húmeda, aquel olor a madera vieja que le penetraba los sentidos, y ese aroma a rosas que lo envolvían constantemente desde hacía tiempo, esos acordes inconfundibles, cerró sus ojos, dejó de resistirse, de querer encontrar respuestas pues al fin comprendió que siempre estuvo frente a ella, se entregó a sus brazos, lloró en su angustia, silenciosamente se fue con ella, y en aquel lugar de la cita, el rosal rojo derramó su sabia, diluyéndose en cenizas.

La muerte también es mujer….